Cuando queremos abordar un fenómeno social actual, resulta muy complejo no caer en juicios de valor primordiales, constitutivos de nuestra construcción identitaria temprana. Esta consideración es fundamental a la hora de embarcarnos en un debate de esta índole, sea con conocidos o ajenos, y en persona o digitalmente. Cuando los argumentos afloran, lo primero que aparecen son emociones filtradas por un sistema de creencias que nos estructura y conforma nuestra identidad, moldeados por nuestro entorno, nuestro contexto y nuestra posición en la estructura social. Los resultados de discusiones fundadas en emociones recalcitrantes de nuestra personalidad derivan únicamente en un callejón sin salida; todos creemos tener razón.
Alegoría vs Metáfora.
La propuesta de este trabajo promueve la idea de cómo, a través de la metáfora extendida o mejor dicho, la “alegoría”, es posible salir de este callejón en el que hacemos diariamente cuando abordamos el debate ideológico. En ese sentido, vale la pena aclarar ciertos conceptos: a) Una metáfora, es una figura retórica que consiste en trasladar las cualidades de una cosa a otra de forma figurada. Por ejemplo, "Estoy muerto de cansancio" es una metáfora. b) En cambio, una alegoría, es una figura literaria o tema artístico que usa símbolos para expresar un significado oculto o escondido, generalmente moral o político. Se puede considerar una metáfora extendida, ya que es una serie de metáforas que se enlazan a un tema central. La alegoría puede ser una obra visual o narrativa que usa una cosa para sustituir a una idea. La palabra "alegoría" proviene del griego allegorein, que significa "hablar figuradamente". Un ejemplo de este tipo de compuestos es la alegoría de la caverna de Platón, que ilustra los conceptos de su teoría.
La alegoría como expresión del pensamiento.
La primera alegoría que solemos conocer es la de la caverna, presentada por Platón en su obra "La República". En esta alegoría, los protagonistas encadenados a un muro de una cueva lo único que ven es el reflejo, la sombra, de una fogata que ilumina el ambiente. Esa proyección es lo único que conocen los prisioneros y forma un sistema de creencias sobre el cual las sombras proyectadas en la pared son lo que ellos entienden por “realidad”. La alegoría nos muestra que cuando uno de ellos logra liberarse y salir de la cueva, descubre otra realidad, muy distinta a las proyecciones que conoció durante toda su vida. Esta poderosa metáfora nos habla de la percepción como concepto; cómo percibimos nuestro entorno y cuán conscientes somos durante el transcurso de nuestra vida. Me atrevo a afirmar, cuasi como un axioma de la filosofía de las ciencias sociales, que esta alegoría tiene un gran asidero con la realidad que hoy nos toca afrontar. Vivimos en un mundo donde la información y la percepción están constantemente influenciadas por factores externos.. Los medios de comunicación, las redes sociales y las narrativas dominantes pueden crear una realidad distorsionada, similar a las sombras en la cueva. La inmediatez de la información acelera y profundiza esta distorsión, que se nos presenta como lejana y ajena. Pero en realidad, nosotros somos parte de esta realidad, somos agentes intervinientes con voz y voto. La alegoría en cuanto a recurso para explicar, tiene un gran alcance. Es una herramienta, que nos ayuda a entender por medio de una imagen gráfica, conceptos y situaciones de la actualidad, que no somos capaces de captar por estar inmersos en ella. La alegoría nos da espacio, distancia con el objeto a observar, y esto nos ayuda a captar las condiciones objetivas de la cosa social evitando caer profundamente en juicios de valor. La alegoría de la caverna nos recuerda que la realidad es compleja y multifacética, y que debemos esforzarnos por ver más allá de las sombras para encontrar la verdad.
Dicho esto, siempre considere que las metáforas son buenos ejemplos por su practicidad y su simpleza, para explicar procesos más complejos. Hablar del sistema social como producto de un sistema económico, es bastante abstracto para ser visualizado. Pero si entendemos al sistema económico como un barco (digamos el "Titanic”), y al sistema social como las personas a bordo, es mucho más fácil y sencillo de visualizar. El sistema económico capitalista puede ser perfectamente representado por el Titanic. El Titanic es funcional para explicar al capitalismo por su significado simbólico y por lo que implicó su hundimiento. Ese majestuoso buque considerado indestructible es una metáfora perfecta del sistema capitalista moderno; ambos comparten una misma arrogancia, una fe ciega en su invencibilidad y una estructura profundamente viciada.
Construido en 1912, el Titanic salió a altamar a su primera y única aventura. El 15 de abril de ese mismo año se hundió junto con sus 3.672 personas a bordo, de los cuales 885 conformaban tripulantes y 2.787 eran pasajeros. Del trágico suceso de abril de 1912 sobrevivieron solamente 712 personas. El inmenso barco y su inquebrantable estructura, subestimó su medio, el inmenso Océano Atlántico; como prueba de ello, el Titanic contaba con total con 20 botes salvavidas de tres tipos diferentes. Con todos los botes llenos hasta su máxima capacidad, se podía embarcar un total de 1.178 personas. Recapitulando, si el Titanic se llegaba a hundir, algo que nunca podría jamás bajo ninguna circunstancia ocurrir, a las 3.672 personas a bordo les restamos 1.178 (la capacidad máxima de los botes salvavidas), nos da un total de 2.494 personas en el mar congelado. Estos detalles e inconsistencias forman parte de un ideal de pensamiento con el cual se forjó el mismísimo barco: la noción de que “no se hunde”. Desde esta perspectiva arrogante, el Titanic salió al mar y, en menos de 1 mes, se hundió en él. El gran logro de la industria capitalista, un enorme barco símbolo de la virilidad y de la evolución del hombre europeo, blanco e industrial, capacitado para crear una monstruosidad como nunca antes se vio, refleja en gran medida, que el sistema termina encontrando sus límites en sí mismo.
La historia del Titanic y su hundimiento representa simbólicamente, metafóricamente y, principalmente, filosóficamente a la falla estructural que sufre el sistema capitalista moderno, condenado cíclicamente al fracaso. El hundimiento del Titanic representa al sistema en sus cíclicas rupturas, que hacen eco en la población afectando siempre, en mayor medida a las clases bajas. El Titanic es el sistema capitalista internacional que organiza su sociedad en clases; Parece indestructible, o se jacta de ello, pero el Titanic, o en este caso, el sistema, engendra incontables fallas. No se dispone de los suficientes botes salvavidas para todos los pasajeros, por tanto constituye una trampa de antemano. Es un orgullo de la industria capitalista, del progreso y de la evolución. A su vez el capitalismo es el orgullo del hombre moderno. Mucho orgullo dando vuelta no tolera aceptar que el sistema tiene las horas contadas. El sistema va directo a chocar con un iceberg, tal como el Titanic, se va a hundir y va a arrastrar al fondo del mar a la mayoría más pobre.
Bailando en el Titanic: Una triste historia libertaria.
La Argentina de Milei es una novedad, tanto para locales como extranjeros. Caracterizada por una fuerte retórica en la construcción que refuerza la idea de un sentido común individualista, antiestatista y con licencia social para la represión violenta de cualquier resistencia a ese proceso, el mileísmo hizo eco en el electorado que lo depositó en el sillón de Rivadavia. El modelo político mileísta se caracteriza por una fuerte desregulación estatal, desarmando gran parte de los instrumentos institucionales construidos por los anteriores procesos políticos. A su vez se jacta de una ausencia de pauta en medios, pero con una fuerte presencia en los debates que surgen en las redes sociales.
En términos económicos, la salida del cepo cambiario, la baja de la inflación y la no emisión de dinero, son las banderas con las que el ministro Caputo está avanzando hacia la supuesta renovación económica nacional. Esta estrategia es acompañada por la desregulación del mercado para atraer nuevas inversiones (Ley RIGI) y por una flexibilización laboral que reduce los costos al empresario para la finalización de contratos, a la vez que facilita la contratación en condiciones menos favorables para los trabajadores. Respecto de lo social, Milei parece tener una vara aún más dura: el entramado de comedores sociales se vio desprovisto de la repartición de comida a cargo del Ministerio de Desarrollo Social (hoy Capital Humano), dirigido por Sandra Pettovello, que ante la denuncia de irregularidades de los comederos decidió, por motus propio, cortar con la entrega de alimentos. Más allá de esta polémica y cuestionada decisión, el gobierno de Milei no corta los planes sociales, sino los mantiene para invocar un control sobre las clases vulnerables. A su vez, promueve la seguridad con el famoso “protocolo” de la ministra Bulrrich, que busca desalentar la movilización popular y reprimir en gran medida todo reclamo social. En las áreas de salud y educación, por su parte, el gobierno de Milei continúa en su avanzada por un utópico deseo del anarcocapitalismo. El Estado entonces no interviene en el sistema de salud y educativo y lo deja a merced del "mercado" la prestación de estos servicios esenciales.
En defensa del libre mercado, de la liberación de las trabas nacionales para la inversión extranjera, y de una globalización comercial, el gobierno de Milei está convencido de que este es el camino. Sin embargo, el presidente pareciese no reconocer los propios límites de este sistema. El mundo va hacia el lado opuesto: nacionalismos recalcitrantes, ultraderechas proteccionistas y discursos anti migratorios son los que prevalecen hoy día. Mientras Milei y compañía alientan una serie de medidas aperturistas al mundo, el mundo se cierra. Todo parece apuntar a que vamos al revés de la tendencia internacional, y que al interior de nuestra sociedad el individualismo acrecentado se olvida de la solidaridad colectiva, desarma el tejido social, y profundiza la brecha entre ricos y pobres. Es entonces que nos dirigimos hacia el hundimiento, que encuentra su precedente en nuestro país en el año 2001. Simplemente mostrar que hay ciertas alarmas que se prenden y que nos muestran un camino oscuro hacia un futuro incierto. La cripto-estafa de $LIBRA, las coimas de los hermanos, y las persecuciones de artistas, jubilados y todo aquel que se oponga al oficialismo son los puntapiés que nos dan indicios de la catástrofe social.
Por eso, la aquí bautizada “alegoría del Titanic” nos advierte sobre la arrogancia y la miopía del modelo de Milei. Idolatra un sistema que solo profundiza la brecha entre ricos y pobres (una división muy apreciable en el barco mencionado). Si este barco se hunde, al igual que en el 2001 o en 1912, los que más "las pagan" acaban siendo los de menos recursos. Esta humilde alegoría pretende mostrar las fallas cíclicas de un sistema que tiende a encontrarse un iceberg cada tanto y se parte al medio, sin los recursos necesarios para salvaguardar a la mayoría. Una minoría privilegiada es la que se mantiene siempre a salvo, mientras el resto nos congelaremos en el frío océano de la miseria, luchando entre nosotros, pisándonos las cabezas por una puerta de madera que nos permita flotar al menos por unas horas, rezando que alguien nos encuentre.
¿A qué nos lleva todo esto?
Hablar de política, sociedad y cultura argentina es una tarea no menor, que demanda y exige una transparencia digna de nuestro gen. Los argentinos somos sociables, somos reconocidos en el mundo por nuestra facilidad para relacionarse con el resto. ¿Sera que el fundido étnico que nos forjó nos dotó de una condición extremadamente requerida en el mundo moderno?. Nuestro folclore nos determina y nos condiciona, nos obliga a respetar esa historia gauchesca, asociada con la amistad y la reunión. En una tierra que rebalsa la solidaridad, penetró otro principio: la atomización. Los argentinos no estamos exentos de las influencias globales, y, como a todos los efectos de la pandemia, nos llegaron. Cambios radicales en las formas del empleo y la exacerbada escalada de los mercados de dinero digital en sus versiones de monedas, juegos y apuestas, están transformando a la argentina o mejor dicho, al gen argentino, en un argentino "4.0".
La hiper-individualización de la sociedad moderna nos llevó a construir un sistema de valores y creencias que alaban al individuo. Implica la idea de que todo lo colectivo es un fracaso, y lo que nos queda es aceptar la realidad de que lo único que nos puede salvar es “el individuo”. Detrás del término “individuo” hay toda una construcción teórica; la sociedad moderna nos invita a relacionarnos desde un marco normativo extendido, aprehendido y comprendido, desde el sujeto ante la ley y sus derechos. La democracia liberal participativa, encaja a la perfección con el concepto de ciudadanía extendida, y la práctica de una forma de ser social, desde el “yo”. El “yo” no es una construcción plena y pura del sujeto, el yo, tal como lo conocemos hoy, es el resultado de una combinación de factores, cada vez más complejos. En el pasado, cuando la tecnología no formaba parte de nuestra vida cotidiana, y los medios de comunicación aún no llegaban a nuestra puerta, oídos u ojos, la construcción del "yo" era principalmente formado por la opinión de los padres y madres, hermanas y parientes cercanos. Luego el contexto de crianza, el barrio, los amigos, las familias, los clubes. Con el paso del tiempo, la tecnología comenzó a formar parte de nuestras vidas cotidianas, y la información ya no solo provenía de los portavoces de la familia, si no que cada uno alimentaba su conocimiento desde los medios digitales o redes sociales. Esto en gran medida nos alejó de ciertos patrones valorativos de solidaridad y compromiso social. Nos aisló, y rompió en gran medida los lazos y tejidos sociales. Es fundamental que, como sujetos sociales, nos esforzamos por buscar la verdad y cuestionar la información que recibimos. Es hora, a mi entender, de reconocer las fallas de este sistema mundo digital y trabajar hacia uno más justo y equitativo, antes de que sea demasiado tarde.
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